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  • Foto del escritorSam White

Niña Fea

Ayer me llamó un amigo, uno de esos que tienes en la universidad y te llaman cuando les han roto el corazón o han metido la pata muy hasta el fondo. Entre charla y charla, llanto y llanto, por alguna razón que ahora te comento, me sentí una niña fea.

Me comentó que entre algunos amigos suyos habían estado comentando de mí. De que, "Bueno, Sam, eres bonita, pero tampoco estás buena, ¿me entiendes?" ¿Estar buena? ¿Qué es eso de estar buena?

Yo nunca me consideré una chica bonita. Si me conoces (o me has leído antes), sabrás que siempre he tenido un complejo con mi reflejo: No me gustaba la niña que proyectaba frente al vidrio, odiaba que fuera tan enjuta, tan delgada, tan miedosa; por eso mismo, recuerdo, que solía pensar que era una niña horrible. Una niña espantosa. Una niña monstruosa.

Recuerdo que era aún peor cuando veía que mis compañeros de clase (de aquellos que nos pasaban de los 12 abriles) hacían listas de las chicas más bonitas de la escuela: No es necesario decir que yo ni figuraba en la lista.

Esto me hizo crecer con un gran complejo, un gran autodesprecio. Un problema que, a decir verdad, me hizo llegar a creer (a una muy joven edad) de que moriría sola. Nadie me iba a amar. No iba a gustarle jamás a nadie. En consecuencia, para hacerme "menos horrible", intentaba desarrollar otros talentos: Quizá no podía ser tan linda como la reina del baile, pero, oye, podía hacerte unos cuentos de puta madre.


Crecí diciéndome constantemente: Bueno, no seré bonita, pero, al menos, mi personalidad te dará algo de qué hablar.


La verdad es que ese comentario creo que no hacía más que sumergirme en las lagunas de la resignación.

Pero, bueno, esa niña fea de la escuela tuvo que crecer. Tuvo que escoger una carrera (y escogió mal, para colmo de males) y enfrentarse, de nuevo, a otro grupo de muchachos y muchachas que la juzgarían físicamente en cuanto entrara por la puerta de la primera clase.

Mentiría si les digo que solo me senté en el asiento de enfrente para prestar atención: Así evitaba tener que ver a alguien que me juzgara. Así solo veía hacia la pizarra.


Tuve pretendientes, como cualquier chica, coqueteos, flirteos, ve a saber cómo lo llamen ahora.

Pero aún así, sentía que la niña fea seguía viviendo dentro de mí.

Miento, sigue viviendo dentro de mí.


Hay veces, como las de ayer, que esa niña toma posesión sobre mí, de nuevo. Ayer, después de que soltara esa frase (que fue muy trivial, no lo hizo con una mala intención, he de pensar), casi me voy a la cama llorando.

Porque me dolía.

Porque sentía, de nuevo, que pase lo pase, desarrolle lo que desarrolle, sea la mejor de la clase...no dejaría de ser esa niña fea.

Me llené de una impotencia terrible, era como si volviera a ver imperfecciones sobre mí. Ver rollos de dónde no hay, ver rulos disparejos inexistentes, ver un cabello marrón que debería ser rubio, etc.


Ayer sentí que perdí la cabeza y que era por una frasesilla minúscula.

"Estar buena", un par de palabras que solo buscan la atracción sexual por la mirada del hombre que soltó esa frase. Un complejo probablemente machista de un sistema patriarcal que debemos exterminar...que sé yo.


¡Hasta me podía haber burlado, porque ese muchacho no tenía nada como para estarse buscando una Mia Khalifa!, pero es que esa inquietud de fealdad no lo permitía.


¿A qué quiero llegar? No lo sé. Quizá no lo sepa. Quizá tú tampoco. "Hey, hay que amarnos tal y como somos", lo entiendo; pero que lance la primera piedra aquel que no se ha juzgado.


Y quizá por eso mismo escribo este texto, quizá por esta misma razón tengo este blog. Para demostrar que no está mal hablar estas cosas, que no está mal decirlo en voz alta, para demostrar que esta catarsis es necesaria para darse cuenta de los problemas que tiene uno.


Que para amarse así mismo; primero, hay que reconocer que nos odiamos.


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